La huella de carbono es la medida del impacto que provocan las actividades del hombre sobre el ambiente, determinada según la cantidad de gases de efecto invernadero producida, la cual se mide en unidades de dióxido de carbono.
El CO2 es necesario para nuestra supervivencia, pero en exceso se ha demostrado que altera el clima al potenciar el efecto invernadero natural. En algunos casos se pueden incluir además emisiones vinculadas a la comercialización, transporte y procesamiento de productos o servicios.
Huella de carbono en relación al transporte
El transporte supone otro 40 % del total de emisiones de carbono emitidas a la atmosfera. Nos transportamos para ir a trabajar, para ir a ver a los nuestros, para ir de vacaciones y para disfrutar de nuestro tiempo libre y aprender, pero depende de cual sea el sistema de transporte empleado, nuestra huella de carbono aumenta más o menos por cada kilómetro que hacemos.
Pese a que hay aspectos de nuestra movilidad que seguramente no podemos modificar (como el lugar de trabajo), seguramente hay algunas pautas de movilidad que podemos cambiar y si no, al menos reducir sus emisiones.
Caminar o ir en bici emite 0 kg de CO2 asociados a la quema de combustibles fósiles. En el entorno urbano, se podría incluso ir más rápido que en coche privado. Está demostrado que, para recorridos de menos de 3 km en entorno urbano, la bicicleta es el sistema de locomoción más eficiente.
Los transportes colectivos emiten 4 veces menos CO2 por km que el vehículo privado, el hecho de compartir los medios de transporte también reduce la huella ecológica (al compartir materiales, trayecto y combustible entre muchos pasajeros). Reducen el tráfico, y en cuanto a la seguridad vial, también presentan muchas más ventajas que los autos particulares.
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